jueves, 27 de junio de 2013

DDHH : EL CAMINO DE LORENA FRIES.

Este personaje es la que defiende a sus compañeros ideológicos y ataca a todos quienes creemos en el orden, el trabajo y el respeto.
Lisandro

¿No estiman Uds lectores, que el cargo debe ser ejercido, por una persona neutral y que respete los derechos humanos de uno y otro lado?
RUS

El camino de Lorena Fries

La mujer a cargo del Instituto Nacional de Derechos Humanos no nació en Chile, pero se crió acá en una familia de padre suizo, ejecutivo de transnacional y conservador, y una madre española, de izquierda y antropóloga, que se internó a estudiar las comunidades mapuches. Esos mundos de Lorena Fries colisionaban. También con el que ella se armó en la izquierda. Ella se califica como un “bicho raro”.
por Fernanda Paul
Lorena Fries dice que cuando como directora del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) le tocó involucrarse en el tema de los derechos mapuches, ella pensó: “Ya poh, mamá, córtala, ya está bueno, descansa”. Es que cuando sus padres llegaron a Chile -él, un ejecutivo suizo de una transnacional, ella una española exiliada por el franquismo-, su madre desarrolló un camino propio que antes no había podido. Con sus hijos en el colegio, la mujer estudió Antropología y se internó en cementerios y comunidades mapuches. Ella la acompañó de niña en esos viajes, ahí le escuchaba decir que las mujeres debían abrirse espacios. Mientras, en Santiago, su padre tomaba la decisión de que sólo los hijos varones debían completar su educación en Suiza.
De esos mundos que parecían en contradicción salió esta abogada de la Universidad de Chile, especializada en derechos de la mujer. Y que hace dos años y medio se convirtió en la primera directora del INDH. Desde ahí ha criticado y ha sido criticada. Desde ahí lidió con la primera huelga de hambre de comuneros mapuches presos en Angol, y en el conflicto estudiantil del 2011 subió observadores a los buses de Carabineros. Ella dice que su evaluación del trabajo es positiva y que cualquiera sea el gobierno, chocarán las posturas, pues su deber es exponer las falencias en el respeto a los derechos fundamentales.
De ese pasado en colisión es de lo que habla en este testimonial:
“Nací en Suiza en 1960. Mi padre es suizo y mi madre era española. Ellos se conocieron en Marruecos, donde mi madre vivía como exiliada de la guerra civil española y mi papá fue de vacaciones. Se enamoraron, se casaron y no se separaron nunca más. Se fueron a vivir a Suiza y ahí nacimos yo y mi segundo hermano.
En Suiza mi padre trabajaba en el laboratorio farmacéutico Novartis. El 66 lo trasladaron a Chile como gerente de Novartis hasta el 78.
Yo llegué a los seis años. El menor de mis hermanos nació acá. Vivíamos en Vitacura, cerca de Luis Pasteur. Toda mi niñez fue allí. Era una casa preciosa. Había una onda en mi familia de que uno tenía que tener una formación europea. Por eso estudiamos en el Colegio Suizo y a mis hermanos los enviaron cuando tenían 15 años a un internado en Suiza, súper high, para que terminaran sus estudios. Y como un legado un poco machista, yo me quedé acá con mis padres.
Mi mamá era enfermera y cuando llegó a Santiago, ya teniendo a sus tres hijos, ingresó a la Universidad de Chile a estudiar Antropología con mención en Arqueología. Ahí fue compañera de la mamá de la presidenta Michelle Bachelet, de Angela Jeria. Eran amigas porque, además, eran las mayores del curso. Ella la quería mucho. Para mí era la tía Angela.
Hace un par de años la volví a ver en la radio Universidad de Chile, donde nos entrevistaron. Yo no la veía desde que mi mamá se fue de Chile en el año 78. Y ella se acordaba perfectamente de mí. Me contó que en el 74 mi mamá la había llamado para decirle: “Saca a Alberto (Bachelet) del país, porque lo van a matar”. Me conmovió. Y me dijo: “Si yo le hubiera hecho caso a tu mamá…”. Yo no sabía de la existencia de Michelle Bachelet cuando nuestras mamás eran amigas. Ahora la conozco, me ha tocado en algún acto cruzarme con ella, pero no tengo mayor cercanía.
Mi papá era el típico gerente extranjero, con una cultura extranjera. Un suizo que evita problemas. Los suizos son neutrales no por opción, sino que por evitar problemas. Es un tipo muy moderado en sus ideas, socialdemócrata diría yo. Cuando éramos chicos, a mi casa venían todos los gerentes de la Nestlé, de la Sandoz, todos suizos o alemanes. Y mi mamá muchas veces no estaba. Estaba en el sur. Ella se especializó en el pueblo mapuche y eso no era algo muy común para la época. De repente ella se ausentaba por tres semanas, porque se internaba en los cerros, a vivir en las comunidades. Me llevó varias veces. Alguna vez fuimos a excavar a una zona en Gorbea, donde se había encontrado un cementerio mapuche, y me acuerdo de que yo la ayudaba a limpiar con un pincelito las calaveras, a sacarles fotos. Me encantaba lo que hacía ella, me interesaba mucho, aunque jamás me hubiera metido a estudiar Antropología. Ella era una tremenda mujer, yo me iba a sentir inhibida. Era una española fuerte.
Aunque mi familia era machista y tradicional, mi mamá era de las personas que creían que las mujeres tenían que ser pensantes, esforzarse por lo que querían. Tenía un rollo muy potente con lo que las mujeres son capaces de hacer en la vida, una cosa muy empoderada de que las mujeres no somos gomeros. Esas son las contradicciones de las familias.
El día del golpe militar fue duro. Recuerdo que fui al Colegio Suizo y mi papá nos fue a buscar diciendo que ya no había clases. Yo tenía 13 años. Llegué a mi casa en Vitacura y mi mamá lloraba desesperada, porque para ella era revivir lo que había pasado en España. Me acuerdo que lo único que transmitía era: “Van a matar a todos mis compañeros”.
En mi casa hubo gente escondida. Mi mamá los metía en la bodega de vinos. Mi papá nunca se enteró. Se hubiera muerto a la hora que sabe que hay activistas políticos escondidos en su casa. El no estaba de acuerdo con Pinochet, pero tampoco con la UP. Mi papá, sobre todo, decía que nosotros, como extranjeros, no teníamos derecho a meternos en nada. Suizo poh.
Hubo compañeros de mi mamá que murieron. Gente que fue torturada y otros que se fueron al exilio. Con eso, mi mamá se deprimió.
En el año 78, a mi papá lo destinaron a Hong Kong. En ese momento mi mamá era una persona deprimida. Se fue mal. Nunca volvió a recuperarse. El golpe la afectó muchísimo. Ella quería quedarse en Chile, porque, como había sido exiliada, andaba por la vida tratando de agarrarse a algún lugar y al final la que se agarró fui yo. De alguna manera yo me quedé como una proyección de ella. Me quedé sola. Tenía 18 años.
Yo llevaba sólo un año de universidad, entonces, me preguntaba: ¿Qué voy a ir a hacer a Hong Kong con el año en Derecho que tengo? Mis papás no podían entender que yo me quedara. Entonces me cortaron el grifo del financiamiento y tuve que trabajar, haciendo de mesera, encuestadora o babysitter para seguir con mi carrera de Derecho en la Universidad de Chile. Pedí crédito fiscal.
Viví con amistades que en realidad fueron mi familia en todo ese tiempo. Armé una comunidad de amigos con seis compañeros de la universidad. Teníamos las mismas ideas políticas y estábamos todos metidos en el movimiento estudiantil. Nos fuimos a una casa a la calle Campo Amor, en Ñuñoa. Yo era la típica mina de jardinera y zapatillas de gimnasia. Algunos eran dirigentes estudiantiles y los tomaron presos varias veces.
Mis papás me hicieron la ley del hielo durante dos años. Estaban asustados de que me pudiera pasar algo, porque sabían que yo era antidictadura. En ese tiempo yo era militante de la Izquierda Cristiana. Siempre viví con el miedo de que me echaran porque no era chilena. Eso me inhibía de muchas cosas.
Es raro, pero yo siempre escondía mi origen. Me daba vergüenza contar que yo viajaba mucho. Mi padre ganaba muchísimo dinero, vivíamos en Vitacura, viajábamos todos los veranos a lugares increíbles. Cuando entré a la universidad eso era raro. Porque yo era de izquierda, pero con un mundo de privilegios que en Chile no van. Tenía compañeros del Partido Comunista a los que les costaba entender por qué yo me iba a esquiar en las vacaciones de invierno.
Pero mi mamá era una mujer de izquierda, mi abuelo fue encarcelado por Franco y sentenciado a muerte, y después se lo cambiaron por exilio.
Fue difícil resolverlo. Pero después de varias terapias entendí que yo había tenido los privilegios de una inmigrante europea, que nunca había querido considerarse tal, sino que me había apegado a las costumbres, a la amistad chilena, negando esta parte que después la aprendí a incorporar.
En el año 90 me nacionalicé. No quería hacerlo mientras estuviera Pinochet. Fue bonito y triste. Alucinante sentirme chilena y que por fin podría decir lo que se me cantara, donde se me cantara, sin tener ese miedo interno de que me fueran a echar del país. Pero triste también, porque en mi juramento no estuvo ningún familiar, sólo mi familia chilena, que son mis amistades. Mi papá, que vive en Suiza, no iba a venir, mi mamá ya se había muerto y mis dos hermanos, una vez que salieron de Chile, han vuelto muy poco.
Yo, para ellos, soy la oveja negra de la familia, la que se quedó por allá lejos. Soy la de izquierda, la que optó por un tema tan raro como los derechos humanos. Uno de mis hermanos es gerente del banco Crédit Lyonnais en Manhattan y el otro vive en San Francisco y es empresario de aguas naturales de Suiza. Los dos votan en Estados Unidos y no por el Partido Demócrata. En ese sentido, yo soy, como dice mi papá, hija de mi madre.
Después de dos años de no haber hablado con mis padres, me mandaron una invitación desde Hong Kong y los fui a ver. Conversamos y me pidieron disculpas, pues entendieron por qué me había quedado. El 84 los trasladaron a Portugal. Y ya el 85 mi mamá murió de un cáncer rapidísimo al páncreas. Yo dejé todo botado y me fui a pasar con ella los últimos meses a Portugal. Alcancé a despedirme. La enterramos en España”.
“Mientras estudiaba Derecho me costaba conciliar mi carrera con lo que pasaba en las calles. ¿Cómo voy a estudiar derecho comercial, cuando están torturando gente? No lograba unir esas dos cosas hasta que el 83 empecé a trabajar en la Vicaría Pastoral Oriente. Ahí preparábamos a las organizaciones populares de mujeres de Lo Hermida para la democracia que venía. Me metí de lleno en los temas de los derechos humanos de las mujeres.
Empecé a leer literatura feminista, a la Simone de Beauvoir, y se empezaron a conjugar una serie de cuestiones que me llevaron a trabajar en La Morada, la primera casa feminista en Chile.
Yo creo que uno empieza en estos temas de las mujeres por experiencia personal. Recuerdo que en los 80 las mujeres éramos las militantes empeñosas, las que teníamos que salir a pegar los afiches, pero nadie nos pedía que diéramos una opinión política. Hice mi propio proceso de darme cuenta de lo sometidas que estábamos y de lo naturalizado que eso estaba en nosotras.
En 1986 me fui un tiempo a España. Convalidé mi título en la Universidad de Salamanca y luego volví a Chile. En el 90 me fui de nuevo por cuatro años a Ecuador. Allá me emparejé con un chileno, me casé en un rito amazónico y después me separé.
Después conocí al que hoy es mi actual pareja. Un chileno antropólogo que estudiaba allí su maestría y nos vinimos de vuelta. Llevamos 20 años juntos. Nunca me he casado por el civil, no creo en el matrimonio. Al final, no es una institución lo que une a la gente. Eso se da con anillo, sin anillo, con iglesia o sin iglesia.
Creo en algo superior, no soy atea como mi madre. Creo que mi mamá me protege, que mi abuela me protege. Mi papá era católico. Yo, cuando chica, lo acompañaba a la iglesia. Incluso, hice la Primera Comunión, porque quería parecerme a mis compañeros y no ser tan bicho raro”.
“Desde chica nunca quise tener hijos. Pero después, con mi pareja, llegó un momento en que dije: me siento con ganas de ser mamá. Tenía 39 años. Tampoco quería arrepentirme de no haberlos tenido. En el mundo del feminismo, no es un tema. Si uno no quiere tener hijos es tan democrático y legítimo como tenerlos. Si uno era heterosexual, era heterosexual, y si uno era lesbiana, era lesbiana… Quizás ahí me sentía súper bien, pues era un bicho raro en un mundo de bichos raros.
Quise tener sólo una hija. Se llama Mistral. A los 45 años me fui a hacer una maestría a la Universidad de Oxford. Iba y venía, porque tenía a mi hija muy chica acá. Ella se quedó con el papá. Pasaba pegada a Skype para hablar con ella. Me fui con la beca Chevening, aunque estaba pasada en edad. No me la querían dar e hice un alegato de discriminación y me la dieron.
Al año siguiente, en 2006, me encontraron cáncer de mamas. Fui a mi chequeo anual y ahí me dijeron que había algo raro. Tenía un tumor grado 3, infiltrante. Me operaron, me hicieron quimio, radio, de todo. Tuve que bajar mis niveles de estrés, cambiar mi alimentación. Se me cayó el pelo. Creo que fue un párele en el camino que hizo que algunos elementos de mi carácter se apaciguaran. Yo era bastante mal genio y ahora no estallo con casi nada”.
“Soy militante del Partido Socialista. Una militante bien poco orgánica, eso sí. Tengo buenas relaciones con el PS en general, con Osvaldo Andrade... Pero no me relaciono más que desde mi cargo de directora del INDH.
Quién sea el presidente es un dato secundario respecto a lo que me toca hacer en el instituto. Porque con ningún gobierno el rol del instituto va a ser fácil. Porque es decirle a cualquier gobierno y cualquier poder del Estado: ‘¿Sabe qué? Usted lo puede hacer mejor. O usted lo está haciendo mal’.
Me tocó ser directora en un cambio de signo de gobierno. Donde había desconfianzas mutuas. Pero siento que se ha normalizado esa relación.
Me han hecho arar con las críticas. Pero no me jode tanto, porque entiendo que no es personal. Aunque la última vez que recibí una fue muy duro: asistí a la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara a hablar sobre el conflicto entre el Estado y el pueblo mapuche y el diputado José Manuel Edwards me dijo que yo era una de las personas más odiadas de Chile. Me dejó muy afectada. No puedo entender cómo hay tanto odio o tanta falta de compresión de lo que se hace como institución del Estado.
Nunca pensé que iba a estar tan involucrada en el tema de los derechos humanos del pueblo mapuche. Es como decir: ‘Ya poh, mamá, córtala, ya está bueno. Tranquila, descansa’. La última vez que había estado con mapuches fue para una fiesta a la que fui con mi mamá a los 14 años. Así son las vueltas de la vida”.

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