lunes, 21 de febrero de 2011

UNA RED DE MENTIRAS



(Del comentario de don Hermógenes Pérez de Arce)


En Chile faltar a la verdad es menos grave que en otras partes.
Conozco gente muy honorable que lo hace frecuentemente y
que ha estructurado toda una retórica para defender su
proceder, descrito como “uso de convenciones para solucionar
problemas”.
Acá ha habido mentiras atroces que “la izquierda y la derecha
unidas”, que “jamás serán vencidas”, según nos enseñó
Nicanor Parra, se pusieron de acuerdo para perdonar y olvidar.
Fue el caso de los “sobres con billetes” descubiertos durante
el gobierno de Ricardo Lagos, cuando su ministro de OO. PP.
faltó de una manera imperdonable a la discreción acerca de las
“convenciones” del régimen y declaró paladinamente, en
entrevista a “El Mercurio”, que él recibía mensualmente un
sobre con un millón ochocientos mil pesos en efectivo de otro
ministerio, por encima de su sueldo legal.
Recuérdese que en ese tiempo el problema se solucionó
mediante una ley, que aumentó los sueldos de los ministros y
del presidente en el mismo monto de los “sobres con billetes”,
al tiempo que incrementó la dieta parlamentaria en el
equivalente.
Pero como esto último era de muy fea presentación pública,
porque los parlamentarios que perdonaban aparecían
beneficiándose, acordaron disminuirse otros emolumentos
distintos de la dieta en el mismo monto en que aumentaba ésta.
Pero esto tuvo una consecuencia muy molesta, pues había no
pocos parlamentarios que debían pagar pensiones a las
cónyuges de las cuales estaban separados, y como éstas se
calculaban sólo sobre la dieta y no sobre los restantes
emolumentos, resultó que las pensiones fueron
imprevistamente incrementadas, para enorme malestar de
quienes las debían pagar y regocijo de quienes las recibían.
Todo el episodio estaba construido a partir de una red de
mentiras, pues no era verdad que los ministros y el presidente
ganaran el sueldo que decían ganar, sino que
clandestinamente se lo aumentaban.

No era verdad que los gastos reservados fueran a fines propios
de sus funciones, como debía ser, sino que el contenido de los
sobres se lo llevaban para la casa, así como no era verdad que
los emolumentos de los parlamentarios fueran sólo
equivalentes a su dieta.
Pero el país entero aceptó que, una vez todos “pillados”
(porque el problema en Chile no es el de que la gente falte a la
verdad, sino el de que a uno lo pillen en eso) se dictara una ley
que saneó todo, lo perdonó, lo olvidó y dejó moralmente
indemne a todo el mundo.
Por eso un feligrés de la columna que yo tenía en ese tiempo
en “El Mercurio” me dijo que el refrán tradicional, “hecha la ley,
hecha la trampa”, acá debía modificarse y decir “hecha la
trampa, hecha la ley”.
(DE CHILE INFORMA EDICIÓN Nº 638)

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