domingo, 23 de junio de 2013

FINANCIAMIENTO DEL SISTEMA UNIVERSITARIO



Tribuna Domingo 23 de junio de 2013
El Mercurio

Alejandro Clocchiatti:

"Los sistemas universitarios 'gratuitos' no brindan necesariamente educación de calidad ni resuelven la inequidad de acceso. Benefician preferentemente a quienes menos lo necesitan y no implican una inversión estratégica para el país..."
Como científico y profesor universitario residente en Chile desde 1995 he seguido con interés el "movimiento estudiantil" que entre sus propuestas tiene la "educación gratuita y de calidad", con cambios radicales al financiamiento de la educación superior. Esto me preocupa. Por mi experiencia con varios sistemas universitarios del mundo, sé que ese objetivo está errado. Chile se beneficiará si mejora su actual sistema, pero se perjudicará si lo cambia de acuerdo a estas propuestas.


La educación no es gratuita ni siquiera donde no se cobran aranceles. A la pregunta sobre quién se la paga a quién y cómo, los estudiantes responden con los modelos de Argentina, Brasil o Uruguay, donde la educación superior es "gratuita" en universidades estatales vía subsidio a la oferta. Aunque seductores, estos modelos terminan traicionando sus objetivos declarados. Quienes los hemos vivido lo sabemos.


Son sistemas carísimos en costo por graduado. La matrícula universitaria argentina triplica a la chilena, pero Chile gradúa un 63% más de profesionales. Son inefectivos en el apoyo a los más vulnerables. En la Universidad de la República de Uruguay, en 2001 el 24% de los estudiantes era del quintil superior y solo el 6%, del inferior. En Argentina (2011), el 43% de los jóvenes del quintil superior fue a la universidad, pero solo el 12% del inferior lo hizo. En cambio, en Chile 17% de los jóvenes que asistieron en 2011 era de hogares pobres.


Esto se suma a que los sistemas "gratuitos" no son baratos. En 2010 Argentina invirtió un 5,8% del PBI en educación y Chile, un 4,2% (como comparación, Italia invirtió un 4,7% y Alemania, un 5,1%).


Aunque la calidad es compleja de evaluar, es fácil ver que decae junto con el número de profesores por estudiante y la mala formación previa de ambos. Salvo en universidades muy selectivas -y entonces poco equitativas, como Campinas (Brasil)-, la gratuidad tiende a sobrepoblar las aulas por motivos políticos. Así, lo bueno se torna perverso y los más afectados son los alumnos más vulnerables, que necesitan apoyo y cuyo costo de oportunidad es mayor.


A lo anterior se agrega la destrucción de calidad por factores externos. En el caso de Argentina, la historia muestra que la universidad es muy sensible a los gobiernos de turno y tiene poca resiliencia a los vaivenes presupuestarios.


Estos modelos tampoco contribuyen al desarrollo y la innovación. En Chile, 24 de cada 100 graduados son del área de ciencia y tecnología. En Argentina, solo 14. Chile gradúa 207 ingenieros por cada mil abogados y Argentina, solo 37. La universidad "gratuita" tiende a reproducir lo tradicional, no lo innovador.


Esto se nota en las evaluaciones de calidad. Entre las diez mejores universidades de Latinoamérica en el índice QS, hay cuatro brasileñas, dos chilenas, dos colombianas y dos mexicanas. La primera argentina está 12 y la primera uruguaya, 76. Per cápita, las chilenas estarían arriba de todas. Hace unos treinta años las "top" eran argentinas.


En resumen, los sistemas universitarios "gratuitos" no brindan necesariamente educación de calidad ni resuelven la inequidad de acceso. Benefician preferentemente a quienes menos lo necesitan y no implican una inversión estratégica para el país.


Veo a la educación superior como un derecho, pero -a diferencia de la básica y la media- no como una obligación. Hay infinidad de derechos que no nos interesa ejercer o no ejercemos. Estos no tienen por qué estar garantizados para todos los ciudadanos. Ricos o pobres, quienes llegamos a la educación superior somos pocos. El derecho de pocos no debe constituirse en obligación y carga económica de todos los que pagan impuestos.


Sí veo deseable que un Estado garantice la oportunidad de acceso a la educación superior, en especial la de aquellos que tienen talento académico y la desean. Por esto me gustaría ver mejoras en becas y créditos subsidiados con el foco puesto en talento y equidad de acceso. Subsidiar a los estudiantes es más efectivo como política social que subsidiar a las universidades, y un alumno empoderado por su beca o crédito es mejor árbitro de la calidad que uno genérico en un sistema estatal.


Como profesor, pido a los estudiantes que no salten de la precisión certera en el diagnóstico a la aproximación burda a las soluciones. Somos académicos. Tenemos que poder balancear razón con emoción. De conseguir esto, tendremos un sistema más inclusivo y con universidades que seguirán subiendo en los rankings internacionales.




Alejandro Clocchiatti


Profesor Departamento de Astronomía y Astrofísica
Pontificia Universidad Católica de Chile



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